En el día de ayer tuve la oportunidad de comprobar un hecho insólito y desgraciadamente poco habitual en el fútbol actual. Un error garrafal de un joven árbitro aragonés perjudicó gravemente a uno de los dos equipos y, curiosamente, se quedó en eso, un error. Como la mayoría no sabéis de qué se trata, os sitúo brevemente.
El partido correspondiente a la decimo octava jornada del campeonato en la categoría de Alevín Preferente entre El Olivar y Oliver se saldó con victoria visitante por 1-2. El transcurso del partido fue bastante irregular. Así como el Oliver salió volcado en ataque para adelantarse en el marcador, tras el paso por los vestuarios fuimos nosotros, El Olivar, los que dispusimos de las ocasiones más claras para hacer gol. Pero no es del partido de lo que os quiero hablar, sino de un error humano, de alguien que está aprendiendo, y que resultaría providencial para el devenir del partido.
Con el resultado de empate a uno, y cuando faltaban aproximadamente algo más de 10 minutos para el final del partido, un jugador visitante arranca con el balón controlado con un único objetivo, el gol. En la trayectoria hacia la portería uno de mis defensores le trastabillea con el propósito de hacerse con el balón, es en este momento cuando el jugador atacante cae al suelo dando incluso varias vueltas sobre sí mismo, propiciadas por el encontronazo con el defensa. El público reclama la falta y el colegiado, acertadamente o no, la señala. Curiosamente, cuando el árbitro se dirige hacia la zona donde se había producido la infracción, cambia su trayectoria y se dirige hacia el punto de penalti para sorpresa de los allí presentes. La pena máxima es anotada por el Oliver que consigue hacerse con la victoria.
Desde mi posición en el banquillo me es imposible vaticinar si es o no penalti, lo que sí que sé, y así se lo hice saber, es que él mismo duda, y ante la duda, todos sabemos lo que se debe hacer. Mi "queja" no va a la señalización del penalti, y sí al cambio de decisión de última hora. Al término del encuentro tuve la oportunidad de ir a saludar al árbitro y darle mi punto de vista acerca de lo sucedido. Él mismo me reconoce que no tiene claro qué pitar, pero que el ver al jugador visitante caer tan dentro del área, le hace tomar la equivocada decisión. No os voy a engañar, en el momento en que observo que cambia de dirección y se dirige al punto fatídico se me pasaron por la cabeza mil y una palabras, todas ellas muy mal sonantes, para hacerle ver mi indignación.
Una cosa tengo clara, y así se lo hice saber a mis jugadores una vez terminado el partido. No fue el árbitro quién despejó como un bebé un saque de esquina en la primera parte que significaría su primer gol, ni fue él tampoco quién perdonó alguna de las ocasiones que tuvimos en la segunda mitad. Solamente nos queda seguir trabajando duro, y que en próximas semanas tengamos esa pizca de suerte que también se necesita en esto del fútbol.
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