Como todos ustedes ya sabrán, dicen que cuando un barco se hunde las primeras que intentan
escapar de él son las ratas. Las mismas que cuando vienen mal dadas, miran para
otro lado, o también, aquellas que cuando las cosas salen en su contra, se
retiran a las primeras de cambio.
Había una vez un joven aficionado al baloncesto que, después
de muchos años disfrutando de su deporte favorito, decidió retirarse de las
canchas. ¿Quieren saber el motivo? Ese joven jugador de basket que nunca destacó
entre los mejores, pero que se dejaba hasta la última gota de sudor en la pista,
perdió la ilusión por ese deporte que tanto amaba desde que apenas levantaba un
palmo del suelo. Ese chico comenzó a encestar sus primeras canastas cuando tan
solo tenía 5 años. Sus padres, que siempre le apoyaron en cuantas decisiones
tuvo que tomar, asumieron con dolor la decisión de su hijo de terminar su corta
y humilde carrera como jugador amateur. Desde el club en el que militaba,
tampoco pareció importar mucho la perdida de este jugador. Para que os situéis mínimamente,
este chico nunca dio la victoria a su equipo con un triple sobre la bocina, ni
provocó un 2+1 decisivo para llevarse el triunfo, ni siquiera tampoco realizó
una asfixiante defensa al rival en los segundos decisivos de partido, pero
tenía algo que no se puede comprar con dinero, el amor por un deporte. Amor,
que él echaba de menos en gran parte de los compañeros que semana tras semana
llenaban de risas un vestuario que parecía todo, menos precisamente eso, un
vestuario.
Casualidades, o no, de la vida, este joven jugador del que
les hablo puso el punto final a su trayectoria como jamás hubiera soñado.
Curiosamente, cuando el reloj marcaba las últimas décimas de posesión, fue
objeto de falta personal con el marcador empatado. No le tembló el pulso e hizo
subir al marcador los dos últimos puntos del partido, que a la postre serían
decisivos para que su equipo lograse la victoria. El aplauso de sus padres,
orgullosos desde la grada, tampoco se podría pagar con dinero. Lo cierto es que,
a pesar de abandonar la función de jugador, el joven decidió continuar en la
disciplina que actualmente se encuentra como entrenador enseñando, y lo que es
más importante aprendiendo, todo cuanto poco puede saber de baloncesto. Ese
club en el que podrá hacer mejor o peor las cosas, pero que JAMÁS le podrá
tachar de ser una sucia y repugnante rata. Cosa que, sí me lo permiten, quizá
de alguno de sus compañeros, a los que hacía referencia con anterioridad, no
quede tan clara. Y es que los hechos son los que son, y a los mismos me remito.
Como en alguna ocasión ha podido expresar el joven, solo
espera una cosa. Que cada uno de esos Illuminati, y no precisamente los que
conforman la Orden de los Perfectibilistas o Iluminados de Baviera, que ensucian
ese club que él defiende con dignidad, respeto y educación, elijan la puerta de
salida más pronto que tarde, como ya ha hecho alguna de esas repugnantes ratas
a las que con anterioridad me refería. Rata, y con esto ya termino, a la que por cierto, en
su momento, se le hizo capitana general de la embarcación.
PD: Basado en hechos reales.
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