Dicen que lo bueno que tiene el fútbol es que si un fin de semana no salen las cosas como esperabas, en un tiempo máximo de siete días tienes la oportunidad de quitarte ese mal sabor de boca que deja la derrota, y sino que se lo digan al Real Betis Balonpié.
Más todavía si la derrota es en manos del eterno rival, ese equipo con el que la rivalidad entre aficionados es diaria por las calles de la ciudad. Y, por si fuera poco, te hacen una "manita" como la que le endosó el pasado domingo el Sevilla al Real Betis en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán. La semana que hoy acaba ha tenido dos versiones en la capital andaluza. Por un lado, los hinchas sevillistas victoriosos luciendo con la mano extendida cada uno de los cinco goles que había anotado su equipo. Por el otro, los aficionados béticos han sido tremendamente duros con sus jugadores, asistiendo a varios entrenamientos esta semana para increpar a sus futbolistas. Los jugadores que dirige Pepe Mel se han limitado a pedir perdón a sus aficionados y a esperar el partido de este fin de semana como agua de mayo. El rival parecía el menos apropiado para arreglar el desaguisado en la ciudad hispalense. Llegaba el todopoderoso Real Madrid a Sevilla con la necesidad imperiosa de ganar para no darle al Barcelona la posibilidad de aumentar la distancia entre ambos hasta once puntos, como así puede suceder hoy. Curiosamente, y contra todo pronóstico, un solitario gol de Beñat en la primera parte dio la victoria al Betis, devolviendo la paz y la tranquilidad a la parroquia bética.
Por cosas así, el fútbol es el deporte rey. 90 minutos, un gol, un fuera de juego no pitado, una expulsión injusta, un balón que se estrella en el palo, son capaces de confeccionar el estado de ánimo de una persona para toda la semana.
En definitiva, como dijo un entrenador: "La alegría por la victoria dura unas horas y la tristeza por la derrota una semana".
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